miércoles, 30 de mayo de 2018

A veces.

A veces es difícil darse cuenta dónde uno está parado. 
Es difícil salir de la zona de confort (que a veces de confort no tiene nada).
Es difícil ver de afuera lo que uno está viviendo adentro.
A veces el cuerpo pide stop y no le hacemos caso. 
A veces la cabeza grita stop y seguimos adelante... En estos tiempos parar no es posible, no se puede. Se tiene que seguir cueste lo cueste... y aunque se tenga que aflojar.
Parar cuesta mucho. Muchísimo. Y se lleva la alegría, los planes, la ilusión, la energía...
Hace unos meses mi cabeza y mi cuerpo me dijeron ¡Basta!
¡Basta de no pensar!
¡Basta de pensar!
¡Basta de creer, de intentar, de reflexionar!
¡Basta de llorar!
Y me tiró. Fue un cruce total. Mi propia cabeza me boicoteó. Intenté seguir igual, haciendo que no pasaba nada, pero sabiendo que todo estaba esperando un cambio.
Me di cuenta que sola no podía. Que ya no era mi poder, mi decisión, ni siquiera mi elección.
Pero... Yo quería estar bien.
Quería volver a ser yo.
Quería dejar de tapar huecos.
Entonces empecé a cambiar. De a poco. Muy lento.
Y de a poco creo que me voy acercando a una versión mejor. Más plena. Una versión que sabe dónde y cómo pararse.
Que tiene todo lo que soy y lo trata de brindar y exponenciar.
Hoy. Me siento bien. Me siento plena. Me siento cada vez más mía. Me siento feliz. Feliz de la vida que empecé a construir... Que estoy construyendo... Que quiero tener!
Y agradezco a todos los que estuvieron mientras estuve abajo.
¡Ahora sólo me queda subir!

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